Ascenso como parte de la travesía Peldehue - Riecillos.

Comencé el ascenso desde el sector San Sebastián a primera hora de la mañana, con un clima frío pero estable. El sendero inicial transcurre entre lomajes y terreno pedregoso (camino arriero), hasta adentrarse en una pendiente más marcada que exige un paso constante. A medida que ganaba altura, las vistas hacia los valles del Maule se abrían con fuerza, y la cordillera se mostraba en todo su esplendor. El último tramo fue con roca suelta que requería precaución en cada paso. En la cumbre, la panorámica fue increíble: el Volcán San Pedro y el cordón montañoso alrededor parecían al alcance de la mano. El aire frío y limpio reforzó la sensación de logro. Recomiendo madrugar, llevar bastones y buen calzado, ya que el descenso puede ser exigente por la pendiente y el terreno suelto. Una cumbre poco conocida, pero realmente gratificante.

Ascenso travesía Peldehue - riecillos

Ruta tranquila y que ofrece una gran vista al valle y el entorno montañoso. El refugio está en excelente estado.

Entramos por el cajón de Riecillos y para nuestra sorpresa, el camino de atuos está en bastante buen estado. A pesar de esto, dejamos el auto en la entrada y caminamos hasta la base del cerro donde armamos nuestro campamento a unos 2000m. Al otro día hicimos cumbre por la cara sur. El GPS marcó 2998m. Encontramos un testimonio en una punta más abajo de la cumbre.

Es una caminata larga pero en sector es bien bonito con agua en toda la ruta.

Lindo volcán

Sendero con muy buenas panorámicas hacia la costa. En esta oportunidad estaba particularmente verde y con mucha floración producto de las lluvias acumuladas durante el año. Recomendadísimo.

Achibueno, reencuentro bajo las estrellas Nuestro objetivo era claro: emprender una ruta extensa y hermosa, un proyecto ambicioso que nos ilusionaba. Sin embargo, la montaña —y la vida misma— nos recordó la importancia de los ritmos humanos. Acortamos el plan, privilegiando el descanso, las energías del grupo y la posibilidad de vivir la experiencia con calma, sin que todo fuese un conocer a la rápida. Al final, lo esencial no fue la ruta completa, sino el reencuentro: cuatro personas que, después de años, volvían a compartir camino, recordando los tiempos lejanos del colegio San Rafael (Hugo, Alfredo, PepeLalo y Eduardo). Hubo buena organización, carcajadas sin fin, desayunos dignos de hobbits, noches bajo un cielo interminable y dos días de termas escondidas, donde las conversaciones fluyeron sin celulares ni mensajes de WhatsApp, en un tiempo distinto, más verdadero. La Tiesa —como llaman los arrieros a esa empinada ruta— nos regaló una lección de humildad, recordándonos que el cerro siempre estará allí, esperando. Ojalá volver algún día, recorrer las lagunas Cuellar, el nacimiento del Achibueno o contemplar de frente al imponente Nevado de Longaví. Estos rincones del Maule no tienen nada que envidiarle a la Patagonia: guardan secretos que, con la compañía adecuada, se convierten en experiencias memorables. Incluso hubo lugar para un piquero helado en el Achibueno, un mayo que se llevó el aire de valentía y locura. Fueron once horas de ascenso, dos días de relajo en los Baños La Gloria y seis horas de regreso. Me llevé seis ampollas, un detalle menor para lo que significó este viaje. Porque lo que queda no son las fotos ni las cifras: es la certeza de que la montaña es siempre excusa y escenario para lo más importante, reencontrarnos con quienes somos y con quienes caminamos.

Linda ruta con Pili de Villa Paulina a La Lata. Queríamos llegar a los pies del Glaciar, pero no estábamos en el mejor estado físico. Tampoco sabíamos que Pili tenía asma. Gran cantidad de lagartijas en el camino.

Cumbre Cerro Pochoco, 2013

El acceso a la ladera del cerro esta cerrado con reja, igual fue fácil pasarse entre los alambres. El acarreo se ve desde el estacionamiento, entre mas a la izquierda peor se pone la piedra, es un avance bastante penoso por lo malo del acarreo. Con nieve debe ser mucho mas amigable. Tiene zonas bastante expuestas, con trepes sencillos pero psicológicos. Hay que tener experiencia en este tipo de terreno. El filo con bastante nieve, la zona del campamento protegida del viento. La progresión por el filo y el traverse son sencillos. La canaleta tenia escasa nieve, hielo y verglás, no difícil pero requirió estar muy concentrados. Subimos lo que mas pudimos por la canaleta hasta llegar a una especie de chimenea que requiere unos pasos de escalada sencillos pero expuestos para salir. La roca en esa sección de mejor calidad, de ahí hacia arriba es ir avanzado de terraza en terraza con piedrecilla y piedras sueltas buscando pasadas pero es muy intuitivo. El filo cumbrero y su vista al mesón alto compensa todo el esfuerzo. La ante cumbre impresiona mas alta que la cumbre que tiene el frasco con testimonios. Hicimos tres rapeles de bajada, con cuerda de 40mts pudimos conectar casi directo con los cordines que estaban en la ruta.

Desde cb a 4600

5.45h hasta la cumbre. El IGM señala como cumbre del "Lepirco" un promontorio (2.696m) que apenas tiene prominencia. La gente local de Alicahue reconoce que la cumbre "más alta, queda a 1 hora por el filo hacia el Este". Efectivamente, 3km al Este del promontorio se llega a lo que parece una cima (2.830m) y está marcado por una gran pirca de piedra. Sin embargo, este lugar aparece denominado en la carta IGM como "cerro Chape". Un poco más al Este hay otro promontorio que podría ser de altitud similar o quizás algunos metros más alto, pero no fuimos. Nosotros nos acogemos a la tradición de Alicahue y entenderemos que subimos a la cima del Epirco. En la bajada la visibilidad se nos cerró y demoramos lo mismo que a la subida, navegando con el GPS.

Cerro El Carbón, los primeros grandes sueños El Carbón es una de esas cimas discretas de la precordillera santiaguina. Aunque forma parte del paisaje cotidiano del sector oriente de la capital, suele pasar desapercibido, eclipsado por la fama y altura de su vecino inmediato, el cerro Manquehue. El sendero hacia su cumbre es amable: bien marcado, con señalética básica, miradores intermedios y una pendiente gradual que lo convierte en una excelente alternativa de media jornada. El Carbón ofrece vistas que sorprenden: panorámicas de casi 360° de la ciudad y, al frente, lo que muchos consideran el ángulo más bello del Manquehue, enmarcado por las altas cumbres de los Andes. Esta vez la cordada fue distinta: solo mi hijo Santi y yo. Decidimos volver a intentar la ascensión, después de dos intentos fallidos. La primera vez, una caída de Santi nos detuvo en el mirador El Litre; la segunda, la noche nos obligó a retroceder en el mismo punto. Pero en junio, con más ánimo y paciencia, nos dispusimos a alcanzar la cumbre. Para Santi fue, probablemente, el trekking más exigente que ha hecho. Cada tramo parecía poner a prueba su voluntad, y cada descanso era un respiro necesario para recuperar fuerzas y beber agua. Pero en sus pasos cansados brillaba también la chispa de la aventura: esa mezcla de orgullo y curiosidad que lo empujaba a seguir adelante. En plena ruta ocurrió un momento que quedó grabado en mí. Con apenas 7 años, Santi le contó a otro trekkero que se estaba preparando para el Ojos del Salado. Lo dijo con la naturalidad de un niño que aún no sabe lo que significa tal desafío, pero con la grandeza de un sueño. Entre risas y sorpresa, comprendí que en él la montaña ya había dejado una huella: la semilla de lo posible. La bajada fue lenta, marcada por el cansancio, pero también por la satisfacción de haber cumplido. Quizás aún esté lejos del Ojos del Salado, pero aquella convicción de niño me recordó una verdad esencial: toda cumbre comienza en la imaginación.

Mucha nieve todavía ese octubre, pero la verdad es que nos pilló la hora peak para retornar.

Alto de las Vizcachas, cumbre dedicada Con el amigo Flaco (Felipe Carrasco) subimos en junio del 2017 el Cerro Alto de las Vizcachas. Fue una jornada especial, cargada de alegría, porque en octubre llegaría mi hijo Santi, a quien decidí dedicarle esta cumbre. La caminata, aunque exigente, estaba teñida de entusiasmo. Cada paso hacia arriba llevaba también el peso ligero de la expectativa: no era solo conquistar una altura, sino también celebrar la vida que venía en camino. Al llegar a la cima, la montaña nos ofreció un silencio solemne. Allí supe que esa dedicación a Santi quedaría grabada no solo en mi memoria, sino también en la historia que guarda este lugar. En el año 2014, don Alejandro Cabrera plantó aquí cuatro Cedros del Líbano, en memoria de su hijo Fernando, fallecido a los 24 años en la Navidad de 2007. Estos árboles, reconocidos como “símbolos de la eternidad” por su larguísima vida, resisten climas rigurosos y suelos pobres, aferrándose a la montaña como lo hace la esperanza. Don Alejandro llamó a este rincón “El Santuario de los Cedros”, un gesto que transforma el dolor en memoria y la ausencia en permanencia. Mientras bajábamos, sentí que esta cumbre no solo me había dado un espacio para dedicar a mi hijo, sino también una lección de amor que trasciende generaciones, un recordatorio de que la montaña puede ser también santuario de recuerdos. El Alto de las Vizcachas me enseñó que en cada cumbre se entrelazan historias: las que traemos en el corazón y las que descubrimos en el silencio de la montaña. Dedicar esta cima a Santi fue también rendir homenaje al gesto de Alejandro, recordándome que la montaña es un lugar donde vida, memoria y eternidad se encuentran.

Cerro Los Lunes, el corazón lleno El ascenso al Cerro Los Lunes fue parte del curso de Montañismo Básico del CAU, dentro del módulo de Campamento y Mínimo Impacto. No era solo un ejercicio formativo: era también un paso más en mi propio camino con la montaña. El sendero serpenteaba con la sencillez de los cerritos que parecen menores, pero que siempre guardan su enseñanza. Lo recorrí con el ánimo abierto, atento a los aprendizajes del curso y al compartir con la cordada, donde conocí a Cris Laporte, Fran Bustos, Pablo Itu y Esteban. Santi había llegado en octubre de 2017, y esa presencia reciente en mi vida daba a la cumbre un sentido distinto: no era solo una cima, era un símbolo íntimo, una dedicación silenciosa a la alegría de ser padre. La bajada se hizo ligera, con el eco de las conversaciones del grupo y la certeza de haber sumado no solo técnicas de campamento y principios de mínimo impacto, sino también un gran recuerdo.

Cerro Unión, un balcón de los Andes Ya habíamos practicado Técnicas Invernales durante el primer semestre con Cris, Pili, la Fran, pero nos pareció una gran idea sumarnos también a la salida invernal del segundo semestre, esta vez al Cerro Unión en el Valle de las Arenas, la Fran, el Tomy, Pablo Itu, y quién escribe. Para un grupo de aspirantes a protomontañistas, el plan sonaba perfecto: un cerro accesible, pero al mismo tiempo fascinante, pues con poco esfuerzo se abre ante uno un universo de cumbres. El sendero nos llevó bordeando la laguna del Morado, desde donde el Cerro Unión aparece modesto frente a sus enormes vecinos. Sin embargo, ese tamaño relativo es solo una ilusión: lo que ofrece desde su cumbre no es menor, sino un regalo de amplitud y belleza. Quizás su nombre se deba precisamente a eso, a que desde lo alto logra unir en una sola mirada algunos de los paisajes más extraordinarios de la Cordillera de los Andes en la zona central de Chile. En lo alto, el espectáculo se desplegó en todas direcciones. Hacia el sur, los valles del Morales y Lo Valdés; hacia el sureste, el imponente Cerro Castillo; hacia el este, los colosos Marmolejo y San José; y al norte, el gran valle del Morado en toda su magnitud. Desde allí se siente la compañía de gigantes, como si la cumbre fuera un balcón privilegiado al corazón de la cordillera. El Cerro Unión había cumplido su promesa: mostrarnos que a veces los cerros más “pequeños” ofrecen las panorámicas más grandes.

San Gabriel, el antes y el después Este cerro fue, quizás, el que forjó definitivamente la amistad de la cordada Máximo Impacto, nacida en el curso de Montañismo Básico del CAU 2018. Éramos Cris, Fran, Itu, Tomy, Pili, Esteban y quien escribe. El San Gabriel, uno de los cerros más hermosos y llamativos de media montaña en el Cajón del Maipo, nos esperaba con la promesa de una experiencia inolvidable. Después de una breve aproximación, comenzamos la ruta que suele exigir un campamento intermedio en un lugar protegido. Yo, con poca experiencia aún, me enfrenté no solo a la montaña, sino también a mí mismo: en varios pasos me invadió el miedo, al punto de cuestionarme si realmente este era el camino que quería seguir. Pero la montaña tiene esa capacidad de exponer dudas y, al mismo tiempo, de entregar respuestas. La mía fue clara: sí, quería seguir. La ascensión nos llevó por pendientes y filos de nieve que, aunque exigentes, eran tan bellos como desafiantes. Yo, sin zapatillas de aproximación y con las pesadas La Sportiva Baruntse —ideales para nieve y frío, pero torpes en acarreos—, me sentía como un astronauta desplazándome en terreno rocoso. Una mezcla de torpeza y asombro que también fue parte de mi aprendizaje. Gracias a Pili por su regalo, un sachet de miel que me devolvió la vida, cuando ya no daba más. Al alcanzar la cima, todo esfuerzo se transformó en asombro. Frente a nosotros se desplegaba el valle del Yeso, con sus incontables agujas y cerros perdiéndose en la lejanía. Fue un paisaje que no solo se contemplaba: se grababa en el alma y despertaba un apetito insaciable por seguir buscando nuevas cumbres. La bajada dejó espacio para la reflexión. El San Gabriel me había puesto frente al vértigo y la duda, y me mostró que superar esos límites también era parte del montañismo. También hubo espacio para el juego, donde nos lanzamos en potocross por la nieve de la ladera, bajando rápidamente la montaña. Volví distinto, con la certeza de que había un antes y un después en mi relación con la montaña. El San Gabriel fue el lugar donde confirmé que el montañismo sería parte de mi vida. Una montaña recomendable para toda época, especialmente para quienes buscan iniciarse en este deporte duro y hermoso, que no solo pone a prueba el cuerpo, sino también la mente y el corazón.

Cerro bastante exigente fisicamente, sobretodo en la primera jornada. Una verdadera ODA al acarreo, con nieve debe de ser mucho mas amigable de subir. Tiene zonas bastante expuestas, con trepes sencillos pero psicológicos, harta piedra, piedrecilla y piedrotas sueltas. Hay que tener experiencia en este tipo de terreno. Hicimos tres rapeles de bajada entre la zona del filo cumbrero y la canaleta. Las vistas impactantes: embalse del yeso, laguna negra, lo encañado, cordón de los picos negros y un sin fin de montañas espectaculares en 360°.

Provincia, primeras huellas Aquel día nos aventuramos en las laderas de la Sierra de Ramón, con mi compadrito Flaco (Felipe Carrasco), iniciando nuestras primeras andanzas hacia lo que parecía un mundo sin fin. Íbamos ligeros, con más entusiasmo que equipo, dispuestos a probar hasta dónde nos llevaba la montaña. En el camino, mi cordada sufrió un torcedura de tobillo —una vieja lesión que volvía a hacerse presente—, pero con esa obstinación que solo nace del deseo de llegar más alto, seguimos adelante. El corazón empujaba donde las piernas dudaban. El sendero nos regaló encuentros majestuosos: cóndores planeando sobre nuestras cabezas, guardianes de la altura que parecían vigilarnos con su vuelo solemne. Y en la cumbre del Provincia, como un premio inesperado, apareció un Carancho Cordillerano, posado sobre las rocas, recordándonos que aquella cima también tenía dueños alados. El regreso trajo consigo otra lección. La noche nos alcanzó en medio del descenso y, sin conocer bien la ruta, decidimos unirnos a un grupo de montañistas mayores. Iban con poco equipo, pero con una riqueza que solo otorgan los años de cerro: la experiencia. Caminaban seguros, como si la montaña fuera su casa, y nos guiaron hasta el valle con la calma de quienes saben que el tiempo en la montaña no se mide en relojes, sino en pasos bien dados.

Fuimos en randonee intentando buscar nieve. En general las condiciones podían ser mejores, pero es buena alternativa en caso de poder llegar después de una nevada.

Desde cb a 4600