No íbamos por el cerro, íbamos por Evelio.
Es decir, las cumbres mismas no nos importaban tanto como la posibilidad de encontrar algún testimonio dejado por Evelio Echevarría en ellas.
Si llegar a una cumbre nueva puede ser algo emocionante, para mí lo es mucho más si es que en ella uno se encuentra con algún testimonio antiguo que nos pueda revelar un pedazo de historia desconocido u olvidado.
Los cerros eran el Peñascoso y el Peñas Amarillas, ubicados sobre la frontera chileno-argentina, pero de mucho más fácil acceso desde Argentina por la quebrada de Matienzo. Por el lado chileno, estos cerros caen de forma abrupta hacia el final de la laguna del Inca, lo que implica un desnivel mucho mayor, además de pendientes más fuertes.
Según el argentino Pablo David González, cuando él subió estos cerros el 2011, encontró el testimonio de Evelio en el Peñascoso, pero nada en el Peñas Amarillas.

También dijo que en el Peñas Amarillas encontró más dificultades para subir y, sobre todo, para bajar de la cumbre. Acá habían razones más que suficientes para intentar subir estos cerros: una alta probabilidad de encontrar el testimonio de Evelio en el Peñascoso y el aliciente de tener que buscar el otro en el Peñas Amarillas y quizás así salir de la duda si es que Evelio había podido alcanzar esta cumbre o no. Duda que menciona González en su relato y que me hizo recordar algún testimonio encontrado en la base de un torreón de cumbre. Dejado ahí como para alimentar la discusión: el que llegó ahí por primera vez ¿tiene derecho a bautizar el cerro teniendo en cuenta que le faltaron algunos metros para la cumbre?
Prefiero mantenerme alejado de esa discusión y sentirme feliz de encontrar algún testimonio en cualquier parte del cerro, cumbre o algo cercano a ella. En cualquier caso, ahí hay historia. Tal vez haya que escribir en este caso Historia, así con mayúscula.
Evelio, el historiador que quiso hacer historia, la persona que más ha escrito sobre montañismo en Los Andes, había estado en la zona en 1989, es decir, cuando ya tenía 63 años. En esa época, Evelio vivía en Estados Unidos y venía de viaje a Chile solo. Puede ser que después de haber estado viviendo un tiempo importante en otro país hacía que ya no pudiera encontrar compañeros de montaña por lo que salía a subir cerros en solitario. De estas salidas en solitario que realizó en 1989 publicó escuetamente en el American Alpine Journal que subió tres cerros en las cercanías de las Cuevas y que los bautizó como Peñascoso (4180m), Peñas Amarillas (4400m) y Morro Overo (4437m). Aparte de reportar roca inestable en estos cerros, no reportó nada acerca de su dificultad o de algún vestigio de ascenso anterior.

Antes de partir en esta búsqueda histórica o más bien arqueológica, leyendo los nombres de los cerros, recordé el artículo de Evelio titulado “Bautizo de cumbres: Problemas y soluciones.” Lo publicó en 1972, en la revista Andina de ese año (pág. 21-23). En el artículo, Evelio da una serie de recomendaciones para quienes, como él, bauticen cerros sin nombre. Además, no se mete en el peliagudo tema de decidir quién tiene derecho a bautizar un cerro sin nombre o si es bueno o malo hacerlo.

Años antes, el glaciólogo Louis Lliboutry se había dado el trabajo de publicar unas reglas de toponimia que debían ser seguidas por los montañistas para evitar el caos.
De estas tres reglas, la segunda menciona que “aceptamos los nombres dados por los andinistas a los cerros que ascendieron en primera ascensión, siempre que no exista nombre anterior”, es decir, que abrió la puerta para que algunos, Evelio alumno aventajado entre ellos, desarrollen su creatividad.
Con parte del trabajo ya hecho por Lliboutry y sabiendo que quedaba una gran cantidad de cerros sin nombre y sin ascensos, Evelio se dio a la tarea de hacer recomendaciones para el bautizo de cerros: nombres recomendables, aceptables e inaceptables.
Entre estos últimos puso como ejemplo a bautizos de cerros realizados por el padre de Agostini, los que calificó de desastrosos por tratarse de nombres de personas vivas sin relación con las montañas. También clasificó como inaceptable el usar nombres de santos por ser poco imaginativos.
En 1992 Evelio subió otro cerro en la frontera chileno-argentina y se encontró en la cumbre con el testimonio de los primeros ascensionistas, un grupo de militares argentinos, quienes decidieron bautizar el cerro como Santa Rita. Según Evelio, el nombre del cerro estaba demasiado repetido, así que decidió imponer otro y rebautizó el cerro como Guardián del Portillo. ¿A quién más se le puede ocurrir rebautizar un cerro y hacerlo porque el nombre original es poco imaginativo? No estaría mal ir a la cumbre y ver qué testimonios quedaron ahí. ¿Habrá dejado Evelio el testimonio de los argentinos?
No sé qué tan imaginativo puedan ser los nombres Peñascoso y Peñas Amarillas, además de que en la zona Evelio bautizó otro cerro como Peñas Coloradas, pero lo cierto es que en la zona de la cumbre del primero de estos hay bastantes rocas como para considerarla una cumbre “peñascosa”. No sé qué es lo que habrá visto o qué fue lo que yo no vi, pero en las laderas del Peñas Amarillas no vi nada parecido a ese color. Puede ser mi falta de imaginación.

Poco antes de llegar a la cumbre del Peñascoso, nos dimos cuenta de que lo que nos parecía la cumbre, no lo era y que para llegar a la verdadera cima, teníamos que descender un poco y luego escalar por una canaleta. Nada difícil, pero poco recomendable para un paso en falso, especialmente si es que uno anda solo por ahí.
Casi al llegar a la cumbre me di cuenta que además del monolito que había para marcarla, alguien había dejado un pedazo de bastón roto. Me tiré de cabeza al montón de piedras para buscar algo en ellas.
Al principio no encontré nada y casi, como me ha pasado en otras cumbres, abandono antes de terminar de registrar el último peñasco. Hice esto último y ahí apareció una bolsita plástica minúscula. Una bolsa plástica no podía haber sido dejada ahí por Evelio, ese no era su estilo, así que pensé que pudo haber sido Pablo González, pero tampoco había sido él. Al abrir la bolsita, apareció un pequeño papel firmado por tres mendocinos, uno de ellos el famoso Lito Sánchez.

En el testimonio decía que habían llegado a las 13:40 a la cumbre y que de ahí se iban al Peñas Amarillas. Es decir, nada de Evelio, nada de Pablo, pero a cambio de eso, algo de Lito. No habíamos conseguido la presa mayor, pero tampoco nos íbamos con las manos vacías.
Mientras bajábamos de la cumbre pensaba en cómo lo habría hecho Evelio: solo y con 63 años. Un descuido en esas rocas puede significar un accidente grave. Bajamos hasta el portezuelo entre el Peñascoso y el Peñas Amarillas teniendo la duda de si íbamos a ser capaces de subir este último. Si el Peñascoso había sido descrito como muy fácil por Pablo y el Peñas Amarillas era aún más expuesto, quería decir que la zona de cumbre era de cuidado.

En el portezuelo también recordé una discusión infinita: cuando un cerro es cerro. Para tratar de evitar el caos, alguna vez acordamos en Andeshandbook reconocer como cerro a aquel que tuviera al menos 100m de prominencia y aceptar algunas excepciones como cerros con tradición e historia. Tras dejar atrás el portezuelo y comenzar a ascender hacia el Peñas Amarillas me di cuenta que el Peñascoso no alcanza los 100m de prominencia, debe andar apenas por los 60m, pero lo subió y bautizó Evelio, o sea, que el historiador había hecho historia en él.
Al avanzar, no sólo trataba de buscar la mejor ruta de ascenso, sino que trataba de mirar detrás de cada piedra por si ahí se escondía algo dejado ahí por algún montañista. A ratos me parecía seguir unas huellas, pero más que humanas me parecieron de guanacos.
De pronto tenía el torreón rocoso delante mío y estaba buscando cómo rodearlo, esquivando algunas rocas sueltas cuando vi la cumbre a no más de 5m más arriba. Para superar esos 5m tenía que buscar la forma de afirmarme de alguna roca, lo que no se veía fácil porque todo estaba suelto o se rompía con solo mirarlo y en el intento boté una cantidad impresionante de material provocando una lluvia de piedras sobre mi compañero que esperaba unos 10m más abajo.
Llevábamos casco, pero una armadura habría sido más útil. Finalmente logré despejar las piedras sueltas, me agarré de algo más o menos firme y arrastrándome logré ponerme sobre la cumbre. Le di una mano a mi compañero para que llegara hasta la cima y nos pusimos a buscar. No sé bien todo lo que ha pasado en este cerro, pero acá encontré un tarro de café y un termo. Abrí el termo y todavía tenía un poco de té adentro, ¿qué pasa con los argentinos que ahora toman té en el cerro? Los argentinos que yo conocía tomaban maté en todas partes.
Abrí la caja de café y había una bandera argentina con algunos nombres anotados sobre ella.
La bandera, dejada ahí el 2023, sí me pareció más propia de montañistas argentinos. Seguimos buscando por si encontrábamos algún otro testimonio y no encontramos nada.
Ni de Evelio, ni de Pablo, ni de Lito, ni de nadie más.
No sabemos si es que los testimonios anteriores se perdieron o se los llevaron, pero cuando se lo comenté a Pablo, me dijo: “Uffff, las nuevas generaciones me están sacando de quicio….No les calientan los testimonios escritos, pero se los llevan y no dejan nada…”

Haciendo equilibrio sobre la cumbre y evitando mirar por donde teníamos que bajar, me puse a tomar fotos del grandioso paisaje que tenía por delante y mientras lo hacía recordaba algunos testimonios que había podido encontrar en otros cerros.
Me acordé de los libros de cumbre del Nevado de Piuquenes que probablemente tengan registrados todos los ascensos que se han hecho al cerro, desde el primero hasta el último.
Puede ser el cerro en Chile con el registro más completo de testimonios en su cumbre.

Me acordé de un testimonio de Evelio que encontré en la antecumbre del cerro Alto Dolores. Me acordé de haber encontrado un testimonio de Camilo Rada y compañía en la cumbre de un cerro que pensé que era el Halcón Alto.
Camilo se quejaba de que el suyo no había sido un primer ascenso como quería y no decía cómo se llamaba el cerro. Años más tarde, alguien encontró otro testimonio que yo no vi y en el que se revelaba el verdadero nombre del cerro: CACH Valparaíso.


Me acordé de haber subido un cerro que pensé que era el Laguna, hasta que alguien encontró años más tarde un testimonio, que de nuevo no vi en mi día de cumbre, que decía que el cerro era el Klatt y no el Laguna. El cambio de nombre del cerro nos obligó a reordenar todos los nombres del cordón.

Y se me vino a la memoria lo encontrado en la cumbre del Mono Verde (ese sí es nombre para un cerro, ni siquiera Evelio lo habría rebautizado): una bolsa con un gato de la suerte adentro, las instrucciones para usar un rollo fotográfico y papeles con testimonios ya ilegibles, pero que podrían haber entregado la información correcta de quien subió este cerro por primera vez.
Quise pensar en lo bueno que sería que nadie más se lleve los testimonios que todavía puedan estar allá arriba, en que hay que cuidar estos tesoros que guardan registros irrepetibles. Y así podría haber seguido por mucho rato más, cuando mi compañero, un poco nervioso, me interrumpió preguntándome que por donde íbamos a bajar, así que eché una mirada y se me olvidó todo sobre los testimonios. Había otra tarea más urgente por delante.
